Hace unos días vino un cliente a comprar pienso y al preguntarle por su peludo nos contó que por fin, después de todo un proceso, estaba bien, muy bien. La historia es que lo adoptaron hace ahora un año, hecho polvo, con muchos miedos, había sufrido maltrato y cualquier novedad le hacía temblar de inseguridad.
Ellos adoptaron un perrito tímido, dulce y asustadizo, y eso fue lo que tuvieron los tres primeros meses… pero después empezó a cambiar. Se volvió rufunfuñón y un poco bravucón, no permitía que tocaran su comida o su cama, e incluso les ladraba y gruñía cuando volvían a casa. Estaban desconcertados.
Intentaron utilizar el sentido común y comprender lo que estaba pasando. Nunca había tenido una familia, ni una casa, ni comida sólo para él… por muy buenas intenciones que tuvieran pensaron que necesitaba tiempo para habituarse a todos los cambios que habían ocurrido en su vida en muy pocos meses. Aunque fueran buenos cambios, todo era nuevo para él. Siguieron con sus rutinas, buenos paseos, mucho cariño y un poco de disciplina. Y todo volvió a la normalidad. En unos pocos meses era otro. Sociable, alegre y juguetón. A día de hoy están felices.
En muchas ocasiones es facilísimo, pero en algún caso, cuando adoptas, no todo va a la primera como la seda. Son seres inteligentes, y pueden tener traumas y dificultades que necesitan tiempo para ser elaboradas. Muchas adopciones se caen los primeros meses por la frustración que genera en las personas no entender «porqué, si te lo estoy dando todo no eres feliz desde el minuto uno». Pero si tienes paciencia y amor, conocerás la verdadera personalidad del mejor amigo que puedas tener. Merece la pena.